Cortesía de Lourdes
M. Benítez Cereijo
Los actores del grupo Teatro del Silencio. De izquierda a derecha Mirtha Lilia Pedro (El Estudiante), Roger Rodríguez (El Hombre de arena) y Yenly Veliz (Lina). Foto: Roberto Ruiz |
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res personajes: El Estudiante, Lina y el Hombre de arena. Un basurero. Relaciones
antagónicas: oprimidos-opresores, violencia-ternura. Espacio que se arma y
recompone. Ruptura poética con respecto a códigos anteriores. Exploración
existencial a través de la responsabilidad individual. Son algunos de los elementos que distinguen la obra El cerco, el nuevo proyecto que prepara
el grupo Teatro del Silencio, bajo
la tutela del dramaturgo y director del grupo, Rubén Sicilia:
“Esta es una pieza muy intensa que se mueve en las claves de lo que se
conoce como teatro de la crueldad, realismo sucio, teatro pánico... Se
centra en todas esas corrientes y dimensiones. Es un texto que escribí entre 1989 y 1991, y que tiene
una vigencia y actualidad que me sorprende”, asegura el director.
En efecto, si algo transmite El cerco
es la sensación de asfixia y desesperación en un ambiente de desorden, donde
las acciones se desarrollan en medio de un basurero. Es
ahí que los personajes se quebrantan o profanan mutuamente y muestran en
diversos matices las relaciones dominador-dominado, opresor-oprimido.
Si bien es potente la presencia de la crueldad, desde los primeros momentos
también se percibe el otro extremo. “Al mismo tiempo que el texto tiene dureza
y una direccionalidad con eso que llamamos crisis contemporánea, hay mucha
ternura en la obra. Se manifiestan los dos planos de
intensidad. Los personajes, por
su parte, son muy humanos, son arquetipos, y pienso que esto es lo que le puede
dar una ganancia secundaria a la pieza, pues el espectador va a entrar, a
visitar, a viajar a través de personajes con los cuales se puede identificar”,
explica el escritor.
Para Rubén Sicilia, la pieza marca un punto de viraje con respecto al desempeño
anterior del conjunto: “Hay una diferencia abismal, sobre todo a nivel
dramatúrgico. Estamos renovando códigos y viajando a una zona
desconocida. Vicente Revuelta, que
fue mi maestro, nos enseñaba a crear una ruptura poética con respeto al código
anterior que se había explorado. Y
aquí se manifiesta tanto en el texto como en la puesta en escena.
«En el primero más que en la segunda, porque hay personajes que no tienen
nada que ver con aquellos históricos que había abordado anteriormente en
montajes como La pasión de Juana de Arco
o Juicio y condena.
«También hay una exploración en las claves de las relaciones
interpersonales como la violencia, la ternura, el desgarramiento existencial de
la persona actual. Eso tratamos de realizarlo de un modo
anatómico y fisiológico, para poder, efectivamente, penetrar tanto en nuestros
ángeles como en nuestros demonios.
«Desde el punto de
vista de la puesta en escena se incluyen parles
como escenografía básica, lo cual fue propuesto por una actriz, para armar,
reordenar y recomponer el espacio. Esto nos llevó a una propuesta gestual,
corporal y poética, que aunque continúa nuestra línea de lo no verbal, de lo
gestual y corporal, establece un nuevo idioma o lenguaje».
El elenco está conformado por Mirtha Lilia Pedro (El Estudiante), Yenly Veliz (Lina)
y Roger Rodríguez (El Hombre de arena).
Mirtha, como ya apuntamos, interpreta a El
Estudiante, un personaje masculino que está enamorado de Lina y la sigue a
todas partes. Este “es un romántico que ve siempre solución a los problemas de
la vida y cree que él puede ser parte de ella. Aunque con anterioridad la
actriz había dado vida a un personaje masculino, particularmente este le ha
resultado muy complicado. Mi personaje es defensor de que la salvación siempre
es posible. Él es el soñador, el utopista, y dar la masculinidad orgánicamente,
desde la ternura que lo caracteriza, puede crearte muchas dificultades. El Estudiante es muy suave, por eso debo
cuidar el equilibrio entre lo masculino y lo tierno, no puedo pasar esa frontera
porque perdería credibilidad”.
Por su parte, Roger Rodríguez encarna lo más negativo y cruel. El Hombre de arena representa al tipo explotador,
cizañero, dañino, el que manipula de la forma más cruda e hiriente posible: “Al
principio”, sigue diciendo Sicilia, “me sentí muy raro, porque no soy así para
nada, y a veces resulta difícil incorporar esos sentimientos y actitudes. He
tenido que buscar mucho en mi yo interior, para asumir y explotar esta
personalidad”.
El cerco desnuda la eterna
lucha de poderes desde ángulos diversos. Los personajes, que están en una
situación de encierro sobre sí mismos, tejen un eje particular donde intentan
«mostrar la responsabilidad individual con respecto al desarrollo o no de las
cosas», precisa el autor. ¿Por qué esperar tanto tiempo para montar El cerco?, le preguntamos:
"En algún
momento reflexioné sobre si la obra era necesaria o no. Como todo director
traté de buscar paralelos con la realidad del momento. Pienso que ahora significa una indagación existencial, y
que da continuidad a ese periplo que veníamos haciendo de entrar en la realidad
vivencial del hombre contemporáneo.
Tampoco
podemos perder de vista que justo ahora en el mundo hay un avance notable de
las corrientes literarias o escénicas de teatro de la crueldad y realismo
sucio, lo cual refleja que el termómetro de la vida se ha localizado
precisamente de esa manera.
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